domingo, 7 de marzo de 2021

Haití - El gran olvidado

Hace hoy justo un mes conocimos el intento de golpe de Estado en Haití contra el gobierno presidido por Jovene Moise, que se saldó con el fracaso de la acción y hasta 23 detenciones de los implicados en ella, entre quienes se contaban altos cargos y personal de las fuerzas armadas. Lo llamativo no es que Haití haya vivido un episodio de tales características, sino que los medios de comunicación occidentales en general, y españoles en particular, apenas se hayan hecho eco de la circunstancia. De hecho, el silencio occidental resulta especialmente escandaloso porque Moise llegó al poder tras las elecciones de 2015, denunciadas por fraude, y resultó elegido un año después. En 2021 debían celebrarse elecciones legislativas y municipales en el país, pero se han aplazado y se ha generado un vacío de poder que Moise ha aprovechado para mantenerse al frente del Estado, planificando incluso una reforma de la Constitución que le permita continuar en el cargo hasta 2022. Si pensamos en algún paralelismo cercano y en la muy diferente respuesta de la Comunidad Internacional, se justificará la sensación de asombro ante el silencio mediático de la que hablaba previamente. 

Casi con total probabilidad, el silencio se deba a que Estados Unidos ha apoyado la posición de Moise, desautorizando el golpe. Aquí nos hallamos ante una difícil encrucijada: de un lado, el recurso a la violencia para cambiar un gobierno jamás debe ser la solución; de otro lado, la perpetuación en el poder contra la legalidad vigente tampoco es deseable. En cualquier caso, el único perjudicado es el propio país, cuya calidad democrática sigue devaluándose hasta el extremo de considerarse desde la óptica occidental como un "Estado fallido". Ante tal consideración ha de plantearse una oportuna pregunta: ¿quién es responsable de esa imagen de estado fallido? Desde mi óptica, no puede negarse la responsabilidad propia de los dirigentes haitianos, como tampoco puede obviarse la campaña internacional que, desde el nacimiento del país el 1 de enero de 1804, ha hecho todo lo posible para convertirlo en un vecino incómodo y, en el mejor de los casos, una fuente de beneficios a la que conviene acudir puntualmente para enriquecerse y salir corriendo, no vaya a ser que el derrumbe de sus ruinas nos sorprenda bajo su techo. 

Jean-Jacques Dessalines continuó el legado de Toussaint Louverture cuando, en la señalada fecha de 1 de enero de 1804, proclamó la independencia de la primera República negra independiente de la Historia. Haití era visto por las potencias occidentales como un ejemplo vergonzante, en un doble sentido muy perverso: primeramente, porque era impensable que los antiguos esclavos, "raza de salvajes" según sus postulados mentales, hubiesen decidido sublevarse contra sus amos para retomar el control. En segundo lugar, porque los ex esclavos no habían hecho sino materializar los auténticos principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad en sentido universal, sin límites ni distingos. Por eso el ejemplo haitiano avergonzaba a Occidente, mostrándole cómo sus absurdos prejuicios raciales, inspirados por el ávido deseo de ganancia en el mercado del tráfico de esclavos y la producción de bienes tropicales, habían restringido los límites de una revolución que mucho había prometido, como también a muchos había defraudado. 

Marginado por todos, empezando por su vecino dominicano, el Estado haitiano debió combatir con sus propios medios para ver reconocido su estatus: un estatus que debió comprar a cambio de una compensación económica a Francia, primer escollo insalvable de una larga lista de agravios que fueron minando la economía haitiana. Ello unido a las luchas constantes entre élites mulatas y negras no hizo sino comprometer las posibilidades de crecimiento y prosperidad del que fue centro de producción azucarera mundial, para ser hoy el país más pobre de América Latina. Mientras tanto, quienes se han aproximado al país con el supuesto deseo de auxiliarle económicamente, como sucedió durante la ocupación estadounidense en el primer tercio del siglo XX, no han hecho sino esquilmar sus ya exiguos recursos y marcharse dejando tras de sí un rastro de desolación y penuria absoluta. 

Así pues, Haití no es más que la metáfora perfecta de la descolonización y de una deuda externa que no por externa ha dejado de ser menos onerosa. Hasta el extremo de que en la actualidad se suceden episodios de violencia y desolación dentro de sus fronteras mientras los demás miramos hacia otro lado: y es que la sombra de la vergüenza ilustrada sigue siendo larga, aunque tampoco es que nosotros tengamos la menor intención de apartarnos de ella para dejar que la luz inunde nuestro rostro, por molesta que la ráfaga luminosa pueda ser al principio.