lunes, 11 de enero de 2021

Crítica de Yo, mentiroso - Antonio Altarriba

Cualquier parecido con la realidad es su reflejo fiel. Esta es la conclusión a la que se llega después de leer Yo, mentiroso, de Antonio Altarriba. Más allá de una trama en la que se repiten los lugares comunes del autor, incluyendo una compleja historia de asesinatos y un criminal obsesionado por reproducir patrones artísticos en sus víctimas, lo que más sorprende de las páginas que componen la novela gráfica es el escaso disimulo con el que Altarriba retrata la clase política española. Quizá pueda argumentarse que, llegado un momento de nuestra vida, da igual ocho que ochenta y lo que interesa es repartir a quien se lo merece, sin ambages. No obstante, animo al lector a hacer una reflexión: ¿verdaderamente estamos ante el retrato despechado de una generación desencantada? En mi opinión no es así: lo que hace Antonio Altarriba es mostrar nuestros propios fantasmas ante el espejo, pero desde la mirada de otro, para que no caigamos en la auto-complacencia de considerarnos mejores que los demás países de nuestro entorno y nos demos cuenta de que nuestras miserias, que son muchas, existen. Y lo que es más importante, no se extinguen porque nos empeñamos en mirar hacia otro lado. Porque en este país el "aquí no ha pasado nada" se ha convertido en filosofía barata para simular que todo está bien y repetir, uno por uno, los mismos errores del pasado, más o menos reciente, que nos condenan a ser eternamente desgraciados. Por motivos tan simples como la indulgencia perenne hacia los poderosos, rayana (y a veces coincidente al 100%) con el servilismo: estamos dispuestos a tolerar los desmanes y los abusos de quienes nos gobiernan, porque ellos sí tienen derecho a hacer con nosotros lo que quieran. Ahora bien, si uno de los míos llega a gobernar y me traiciona, o siento que lo hace, entonces seré mucho más duro con él que con los otros: porque a mí, si me tienen que robar, que lo hagan los de siempre, no los que están conmigo. Con el señorito seré sumiso; con mi vecino de enfrente seré terrible. Probablemente no nos guste el retrato, pero es lo que ocurre con el arte: refleja el alma del autor y del que mira, y eso no siempre tiene por qué gustar. Lo importante es que sea capaz de despertar conciencias e invitarnos a no seguir siendo tan imbéciles como de costumbre. Desde mi humilde posición, mi más sincera enhorabuena a Antonio Altarriba por haberlo conseguido. Y disfrutad la lectura: merece mucho la pena. 

miércoles, 6 de enero de 2021

¿Qué defiende Donald Trump?

La respuesta es bastante clara: sus propios intereses. En una entrevista hace tiempo el aún presidente de los Estados Unidos rememoraba el momento en que su padre le regaló su primer millón de dólares. Y digo yo que no serán muchos los ciudadanos estadounidenses que puedan sentirse identificados con él. Sin embargo, una mayoría de votantes le apoyó hace ahora cuatro años, convencida de que ese magnate representaba de verdad los intereses de lo que el llama "América", en lo que constituye primero una imprecisión geográfica importante, y después un engaño no menos llamativo: Trump no representa a América, ni a Estados Unidos en general. Se representa a sí mismo: al capital sin frenos, la especulación y el patriotismo exacerbado, carente de una ideología precisa, capaz de decir una cosa ahora y exactamente lo contrario después, sabedor de que la masa le seguirá haga lo que haga. Nadie lo supo ver entonces y muchos ciudadanos de a pie asumieron su mensaje, repetido una y otra vez a través de los medios, cuyo papel y responsabilidad no es menor en el ascenso del personaje: la amenaza de la invasión latinoamericana, la amenaza del Estado Islámico, la cruzada anticomunista adormecida desde la Era Reagan... se convirtieron en obsesiones de un porcentaje nada despreciable de la población del país. 

Si nadie le hubiera hecho caso entonces no habría pasado de ser un tipo excéntrico con delirios de grandeza, sin más, pero el eco dado a cada intervención y a cada palabra suya le ha convertido en el fenómeno que hoy es. Su periodo presidencial ha servido para que sus seguidores hagan de caja de resonancia de sus principios y sean capaces de todo por él, sin percatarse de que el trumpismo tiene poco que ver con las necesidades de los estratos sociales más desfavorecidos de Estados Unidos. Además, lejos de limitar sus efectos a su propia nación, ha dado pábulo a diferentes mal llamados líderes de opinión que, en diferentes lugares (Polonia, Hungría, Francia, España, Austria, Holanda, Reino Unido...), han hecho del matonismo su forma de expresión, sintiéndose legitimados porque ese mismo discurso se ha impuesto en un país que se sigue considerando primera potencia mundial. Incluso cuando las elecciones del pasado mes de noviembre de 2020 animaban a aventurar el final de una era terrible, hay episodios como el de esta misma tarde que nos devuelven a la realidad con un cruel jarro de agua fría, que trae a nuestros oídos un mensaje nada esperanzador: el daño ya está hecho. Ojalá no sea tarde para repararlo. 

Ojalá la democracia, con sus defectos y sus virtudes, prevalezca siempre, porque seamos nosotros quienes la hagamos prevalecer, desterrando discursos baratos que solo conducen al desenlace de la fuerza bruta. 

jueves, 24 de diciembre de 2020

Crítica de Yo loco - Antonio Altarriba

Antonio Altarriba tiene la extraña capacidad de que, nada más se comienza a leer, se tenga una sensación ambivalente y por ello inquietante: por una parte, la de sentirse en casa, es decir, en el terreno de las mejores novelas de misterio de la tradición victoriana; por otra, la de verse identificado con un mundo que se convierte en la principal denuncia del autor, pues se tiene la impresión de que la historia principal es en realidad el telón de fondo para arrojar la luz cegadora sobre algo que a él le molesta especialmente en cada ocasión. En el caso de Yo asesino más de uno nos vimos en las vidas de aquellos profesionales cegados por la ambición de poder en el entorno de la Universidad, enfrascados en guerras y rivalidades que solo les atañen y les convienen a ellos. Ahora el ojo agudo del autor se cierne sobre la industria farmacéutica y el ansia de beneficio de quienes están dispuestos a lo que sea con tal de convencer al público de que necesita sus medicamentos. Aunque para ello se llegue al extremo de "fabricar" perfiles psicopáticos, como sucede en el caso de la empresa Otrament, para la que trabaja el protagonista. 

Y mientras todo esto sucede, como decía, en realidad toda la historia no sirve más que de pretexto para subrayar los problemas y los fantasmas que todos arrastramos en mayor o menor medida: conflictos familiares, sexualidades reprimidas en un entorno pueblerino, la construcción de una vida profesional para intentar demostrar al mundo que se equivocó al prejuzgarnos... Ese es el encanto de la obra de Altarriba y ahí reside la principal razón de que nadie se sienta extraño al recorrer sus páginas y adentrarse en el universo interior de los personajes que se arremolinan en la narración, en una suerte de colmena de la que no se desea salir. Fundamentalmente, porque conforme el lector se ha convertido en fiel seguidor del narrador, identifica sus obsesiones y se agarra a ellas como asideros y puntos de referencia en un camino oscuro por el que todos transitamos sin saber exactamente a dónde nos dirigimos. Por eso no se puede evitar el tímido esboce de una no menos tímida sonrisa cuando la locura y el arte hacen su aparición en el escenario, vestidos de gala y ocupando el lugar que merecen en la historia de nuestra civilización. 

Ya sé que voy con retraso en la lectura, pero me da igual: quería compartir el disfrute que ha supuesto esta novela en los días finales de un semestre bastante atípico, mientras comienzo ya a abrir y hojear las primeras páginas de la reciente novedad de Antonio, Yo mentiroso. Cuando acabe con ella volveré por aquí, aunque solo sea por seguir compartiendo y construyendo comunidad. 

Salud y felices fiestas a todos.