Hace unos días concluí la lectura de España sin rey, de Galdós, en una edición integral de la Quinta Serie de los "Episodios Nacionales" de la Editorial Cátedra, que tenía como tarea pendiente sobre mi mesita de noche desde años atrás. Lo hice como una manera de reconciliarme con el genio, a quien no leía desde que en el verano de 2018 volví sobre las páginas de El abuelo, y tras varios intentos fallidos de releer Fortunata y Jacinta. Mi abandono solo se explica porque con Galdós, como pasa con otros muchos autores, solo se puede tener éxito y se obtienen las sensaciones esperadas si se acude a la lectura en la adecuada predisposición de alma. Todo lo que sea un deseo, implícito o explícito, de buscar la acción trepidante y la aventura, de modo que las páginas vuelen entre nuestras manos, topará con un muro insalvable: el del talento de don Benito, que obliga a una lectura pausada, con la misma parsimonia con que él recorría las tabernas y los rincones populares de Madrid para captar la esencia de sus gentes.
España sin rey reviste interés porque narra un apartado de la historia del país que no siempre se recuerda en su justa medida: el Sexenio Revolucionario (1868-1874), es decir, aquellos seis años en los que España quiso jugar a ser europea primero, y republicana después, para acabar demostrándose a sí misma que era demasiado pronto para experimentar más allá de lo que el límite mental de los nacionales estaba dispuesto a admitir. En el caso que nos ocupa, Galdós analiza los dos años durante los cuales el país fue una monarquía sin rey, mientras los miembros del gobierno provisional buscaban un candidato por toda Europa y las Cortes intentaban diseñar una Constitución democrática, mientras los ultramontanos alzaban la voz para clamar contra viento y marea que España era la patria de la religión católica y de la tradición monárquica. El espíritu de los nuevos vientos, que comenzaban a soplar por las calles de Madrid y de las principales ciudades de la piel de toro, acabó impregnando hasta al sacerdote apostólico que vino de provincias para intentar defender su causa, viéndose sometido a un conflicto interno que partió de sus convicciones personales y de su voto de castidad para llegar hasta su propia ideología. Y mientras tanto, porque España no cambia, arribistas y buscadores de fortuna rápida intentaban aprovechar la apertura relativa del régimen para beneficiarse de las prebendas de la clase política, configurando lo que se ha conocido como la Generación del 68, que legó a figuras tan destacadas como Romero Robledo.
En definitiva, estamos ante una lectura recomendable para conocer la mentalidad española del último tercio del siglo XIX, y cabe solo al lector determinar cuáles son las continuidades y rupturas respecto a la sociedad actual. Baste para ejemplificar esta realidad la reflexión de uno de los personajes femeninos que, escribiendo a su enamorado, diputado en Madrid, se preocupa porque esté participando en el debate constitucional y le anima a dejarse de problemas: ¿no será mejor coger cualquier Constitución previa y retocarla "un poquito"?
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