¿Qué le ha sucedido [al hombre] para que sus deseos agresivos se tornaran inocuos? Algo sumamente curioso, que nunca habríamos sospechado y que, sin embargo, es muy natural. La agresión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo, incorporándose a una parte de éste, que en calidad de super-yo se opone a la parte restante, y asumiendo la función de «conciencia», despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños. La tensión creada entre el severo super-yo y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad; se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada.
El texto que nos atañe es un fragmento de la obra El malestar en la cultura de Sigmund Freud (1930), concretamente al capítulo séptimo. El ensayo en su conjunto constituye un análisis profundo de las circunstancias del ser humano, cuya identidad es contradictoria en doble sentido: por una parte, aspira a organizarse en comunidades cada vez más globales, en las que se integra como sujeto individual y, a la par, como miembro de una colectividad. Por otra parte, para alcanzar dicha organización ha de someterse a instituciones y elementos coercitivos, entre los cuales la cultura juega un papel fundamental, que restringen sus instintos animales y limitan su capacidad de acción. El autor desarrolla esta idea a lo largo de toda la obra, pero en el capítulo en el que se inscribe este fragmento detalla el proceso que convierte a la cultura en un instrumento de control del individuo.
El texto puede articularse en tres partes; la primera se ciñe a la línea inicial, en la que Freud formula la pregunta: “¿Qué le ha sucedido [al hombre] para que sus deseos agresivos se tornaran inocuos?”. La cuestión ha de ser relacionada con el comienzo del capítulo, cuando preguntaba: “¿Por qué nuestros parientes, los animales, no presentan semejante lucha cultural?”. Con “lucha cultural” se refería a la tensión entre el instinto de agresión del ser humano, en tanto que ente de origen animal, y la necesidad de reprimirse para posibilitar una vida en comunidad. Así pues, al comienzo del fragmento de cuyo comentario nos ocupamos conecta con aquella misma idea, y problematiza el tema central que va a abordar en las siguientes líneas, a saber: ¿por qué el sujeto se ve sometido a una lucha entre su instinto y las convenciones culturales?
La segunda parte abarca desde la línea segunda hasta la novena, ambas inclusive, y se subdivide en dos secciones. Para empezar, entre la segunda y la séptima línea el autor desgrana el secreto del enigma que nos presenta. Considera que la razón por la cual el ser humano deja de lado su instinto agresivo para vivir en comunidad pacíficamente, sometiéndose a las normas que la propia comunidad y la cultura le marcan, es curiosa, pero no por ello menos esperable de la propia naturaleza humana, en tanto que racional. En efecto, la única manera de que el individuo renuncie a su agresividad natural para convivir con sus semejantes no consiste en la supresión de tal agresividad, sino en su conversión en algo distinto, o en su sublimación hacia una forma diferente de violencia. En este caso, torna la agresividad hacia los demás en agresividad hacia sí mismo, y es aquí donde Freud saca a relucir un concepto fundamental de su pensamiento: el súper-yo. Dicho súper-yo es la conciencia que, como reflejo de nuestro instinto adversario hacia quienes nos rodean, pasa a serlo hacia uno mismo. Por miedo a perder el amor de quienes nos rodean, y también al castigo en caso de incumplimiento de las normas de convivencia, prefijadas por nuestro código cultural, nos auto-censuramos y nos convertimos en nuestro principal y peor enemigo, pues tendemos a ser muy exigentes para con nosotros en el cumplimiento de las normas.
Seguidamente, entre las líneas séptima y novena, procede a conceptualizar el sentimiento característico del súper-yo: el sentimiento de culpabilidad. Entre las dos formas de auto-coerción que el ser humano se impone, citadas previamente, la culpabilidad responde al miedo a la punición por el incumplimiento de las normas y convenciones culturales. Ese miedo, como decíamos, llega a ser tan fuerte que nos convierte en nuestro principal opresor; de suerte que, como consecuencia de la culpa nacida de la internalización de la agresividad que deriva en el súper-yo, llegamos a establecer sobre nuestra persona un criterio moral mucho más estricto que aquel que aplicaríamos sobre los otros. La situación llega hasta el extremo de que, en palabras de Freud en otras secciones de este capítulo, ni siquiera el individuo virtuoso se encuentra a salvo del sentimiento de culpabilidad. Antes bien, su sentido del deber hacia el ejercicio de la virtud le hará mantenerse siempre alerta ante una posible relajación de sus costumbres. De esta forma el súper-yo, que se transforma en sentimiento de culpa, impide que nadie esté exento de cumplir las normas, no tanto por su fiel observancia, cuanto por miedo a las repercusiones negativas de su incumplimiento.
Para concluir, entre las líneas novena y duodécima se recoge de nuevo la máxima fundamental del texto analizado: a la par que garantiza una vida pacífica en comunidad, sublimando la agresividad hacia los otros y convirtiéndola en agresividad hacia mí mismo, la cultura anula buena parte de la naturaleza individual. No solo porque lima las asperezas de nuestra herencia salvaje, sino porque al convertirnos en custodios de nuestra moralidad, constriñe nuestra espontaneidad y nuestra capacidad de acción en pro del bien de la comunidad, que prima siempre sobre el beneficio individual. La reflexión final, como la obra en su conjunto, nos permiten establecer la oposición de Freud hacia otros teóricos de la Ética, concretamente hacia Kant y su sentido de la ética del deber o deontológica, que para Freud no es sino otra representación del súper-yo.
Bibliografía:
Freud, Sigmund (ed. 2010). El malestar en la cultura. Madrid: Alianza.
Gómez, Carlos (ed. 2010). Ética y Psicología. En Carlos Gómez y Javier Muguerza, eds. La aventura de la moralidad (paradigmas, fronteras y problemas de la ética). Madrid: Alianza, pp. 131-162.
Kant, Immanuel (ed. 2018). Fundamentación para una metafísica de las costumbres, ed. Roberto R. Aramayo. Madrid: Alianza.
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