Cuando cursaba el Máster en Estudios Hispánicos de la Universidad de Cádiz, en 2007, leí Sostiene Pereira por recomendación de Diego Caro Cancela, profesor que me marcó durante aquella etapa y que nos impartía una asignatura centrada en los procesos de transición democrática en el mundo en la segunda mitad del siglo XX. Lo primero que he de decir es que tomé su recomendación al pie de la letra, por la curiosidad que me suscitaba la historia reciente de Portugal: un país vecino que nos mira a nosotros con mucho más respeto, hermanamiento y admiración de los que nosotros solemos mostrar hacia él, con nuestros cuellos siempre vueltos hacia el norte de Europa.
La historia de Pereira debe identificarnos a todos, porque es la historia de la condición humana: un alma contradictoria, que ha pasado su vida de espaldas a la política y al profundo proceso de regresión democrática experimentado en su país, convenciéndose de que nada va a pasar si él no se mete en líos, pero que un buen día se mira a sí mismo en el espejo. Y quién lo iba decir: pasados los sesenta años, de pronto se da cuenta de que no se gusta. Por una extraña providencia, en ese preciso momento conoce al joven Monteiro Rossi, que le recuerda al joven que él fue y a la persona que podía haber sido, si hubiera decidido seguir sus impulsos en lugar de convertirse en alguien sumiso al poder.
Por eso y porque Pereira ve en Monteiro Rossi y su joven amada, Marta, a su propia imagen y la de su esposa difunta, con cuya fotografía conversa a diario; por eso y porque Monteiro Rossi también rellena el vacío de aquel hijo que nunca tuvieron; como consecuencia de la suma de todas estas circunstancias, Pereira decide imprimir un giro a su vida y convertirse en alguien que toma partido por la causa de la subversión. Lo hará de manera tímida, pagando de su bolsillo las efemérides por anticipado de literatos famosos que su pupilo escribe, pero que son impublicables por su contenido político, que no superaría jamás la estricta censura del Portugal salazarista. Y lo hará sin dejar de mirar su reflejo en el espejo día a día, para preguntarse si verdaderamente está haciendo lo correcto, mientras su mujer le responde con su eterna sonrisa desde el portarretratos.
Si le restaba alguna duda sobre su manera de proceder, el doctor Costa, médico de la clínica talasoterápica en la que Pereira pasa una semana, le anima a dejar de lado a su superyo y dejar libre el paso a su nuevo yo hegemónico. Así, Pereira va transitando lentamente de un conformismo irritante a un exilio interno, que consiste en la ayuda a la disidencia desde su actitud silente y abnegada. El tránsito del exilio interno al exilio exterior llegará, en cambio, con gran virulencia: la misma que unos supuestos agentes de policía emplean para torturar y asesinar a Monteiro Rossi, un día antes de que sea el propio Pereira quien publique su primer artículo firmado en las páginas del Lisboa, denunciando la tropelía cometida contra su protegido, mientras emprende el camino del exilio, acompañado siempre del recuerdo de su mujer.
¿Es Pereira mejor o peor ser humano por actuar de la forma en que lo hace? Mi conclusión es que, en resumen, es un ser humano: contradictorio, torturado por sus remordimientos, pero dispuesto a cuestionarse a sí mismo y a cambiar sus convicciones, independientemente del momento de su vida en el que se produzca dicho cambio. Eso sí: sin renegar nunca de lo que un día fue, precisamente para asentar los pies con firmeza en lo que ahora comienza a ser. También es humano en la fatalidad de nuestro destino, porque del Portugal de Salazar, sorteando una España azotada por la Guerra Civil (la novela transcurre en 1938), se adivina que Pereira parte a una Francia donde, en breve, el panorama no tardaría en ser aún más desolador que en su país de origen.
Me quedo con una reflexión final de la novela, en labios de su confesor, el padre António: "No entiendo por qué apoyamos a Franco, que se ha sublevado contra un régimen republicano, elegido por el pueblo, cuando nosotros mismos somos una República".
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