domingo, 30 de mayo de 2021

Mi vida en Cuba - Juan Padrón

Tras unos meses de retiro forzoso, vuelvo por estos lares para comentar una novela gráfica que, como tantas otras, me recomendó mi buen amigo, y este año compañero en nuestro podcast "Dibujando la Historia", Gerardo Vilches. Se trata de Mi vida en Cuba, la autobiografía de un Juan Padrón que quedó inconclusa por caprichos de esta COVID-19 que algunos aún se empeñan en negar, porque hay ignorantes que disfrutan con la teoría de la conspiración pese a que el desfile de cadáveres intente abrirles los ojos. He de confesar que este ha sido mi primer contacto con la obra de Juan Padrón de manera directa y voluntaria, pues conocía las tribulaciones de Elpidio Valdés y había visto de pasada clips de Vampiros en La Habana a lo largo de mi vida, pero sin prestarles más atención que la curiosidad del lector indiscriminado. 

Las páginas de Mi vida en Cuba dejan muchas enseñanzas, que intentaré sintetizar brevemente: 

Es posible vivir en una dictadura, e incluso se puede vivir bajo dos dictaduras consecutivas. Lo que sucede es que el bueno de Juan Padrón quiso rizar el rizo y vivir sometido a una tercera, pasando unos años en la Unión Soviética de la era Brezhnev, muy lejos ya de la "fortaleza asediada" que había sido, y más cerca de su final de lo que estaba dispuesta a reconocer. ¿Cómo puede uno rehacerse en medio de tanta adversidad? Y lo que es más importante, ¿se puede crear como lo hizo él sorteando la censura? Padrón viene a demostrarnos que sí, por un motivo muy sencillo: cuando todo lo que te rodea es absurdo, la única salida posible es responder con un sentido del absurdo aún mayor. Y jugar con la ignorancia de los pretendidos "iluminados" para hacerles creer que uno se está plegando a sus intereses, cuando en realidad lo que está haciendo es jugar con su falta absoluta de criterio para realizar la crítica igualmente, sin que ellos lleguen jamás a darse cuenta (y eso es lo que verdaderamente les duele). 

Porque la segunda enseñanza es una que he tenido la fortuna de recibir de mi padre desde bien pequeño: el humor, por inapropiado que pueda parecer en determinados momentos, jamás debe abandonarnos. Es un chaleco salvavidas que permite recordarnos a nosotros mismos que lo trascendental no lo es tanto que supere a la propia vacuidad de la existencia humana. Por eso hay que ser capaz, y perdón por la expresión, de mearse en la hoguera. Y eso es algo que Juan Padrón ha sabido hacer, teniendo muy claras cuáles son sus ideas y, precisamente por eso, obviando cualquier posible temblor de pulso para censurar a quienes, en nombre de supuestas causas justas que acaban bastardeando, no hacen más que inflar su bolsillo mientras los pobres seguimos siendo los mismos de siempre. La conciencia tranquila de la lealtad a uno mismo, una vez más inculcada por mis padres, es aquí el garante de que uno pueda mirarse al espejo cada noche, o cada mañana (va por gustos), sin sentir vergüenza de la imagen que se refleja al otro lado. 

La última enseñanza de un trabajador compulsivo en el que más de uno nos vemos identificados es clara: no hay trabajo duro si a uno le apasiona lo que hace. La actitud gustosa ante la profesión es lo que convierte a esta en una empresa placentera y evita que la vuelta al tajo suponga un suplicio diario. Claro que también se puede argüir que no todo el mundo tiene la suerte de elegir el trabajo que quiere desempeñar y de que además le paguen por él. Admito la crítica, pero respondo con otro principio que me repito a mí mismo con mucha frecuencia: tampoco se elige estar en este mundo ni vivir, pero una vez aquí, hay que intentar vivir con intensidad cada segundo. Si no, puesto que nadie nos dice claramente de dónde venimos ni sabemos a dónde vamos, ¿qué coño estamos haciendo? Y para alcanzar esa suerte de nirvana personal hay algo que ayuda: la familia, la pareja, los hijos. Ese cable a tierra que te recuerda que la idea que te ronda la cabeza será muy brillante, pero un pañal aguarda a ser cambiado y un biberón a ser esterilizado. 

En definitiva, merece la pena tomarse un tiempo para leer y disfrutar esta historia, que él no pudo concluir, pero que su esposa concluye con la alegría y la nostalgia que da saber que se ha disfrutado de la compañía de un ser excepcional. 

Abrazos a todos. 

domingo, 7 de marzo de 2021

Haití - El gran olvidado

Hace hoy justo un mes conocimos el intento de golpe de Estado en Haití contra el gobierno presidido por Jovene Moise, que se saldó con el fracaso de la acción y hasta 23 detenciones de los implicados en ella, entre quienes se contaban altos cargos y personal de las fuerzas armadas. Lo llamativo no es que Haití haya vivido un episodio de tales características, sino que los medios de comunicación occidentales en general, y españoles en particular, apenas se hayan hecho eco de la circunstancia. De hecho, el silencio occidental resulta especialmente escandaloso porque Moise llegó al poder tras las elecciones de 2015, denunciadas por fraude, y resultó elegido un año después. En 2021 debían celebrarse elecciones legislativas y municipales en el país, pero se han aplazado y se ha generado un vacío de poder que Moise ha aprovechado para mantenerse al frente del Estado, planificando incluso una reforma de la Constitución que le permita continuar en el cargo hasta 2022. Si pensamos en algún paralelismo cercano y en la muy diferente respuesta de la Comunidad Internacional, se justificará la sensación de asombro ante el silencio mediático de la que hablaba previamente. 

Casi con total probabilidad, el silencio se deba a que Estados Unidos ha apoyado la posición de Moise, desautorizando el golpe. Aquí nos hallamos ante una difícil encrucijada: de un lado, el recurso a la violencia para cambiar un gobierno jamás debe ser la solución; de otro lado, la perpetuación en el poder contra la legalidad vigente tampoco es deseable. En cualquier caso, el único perjudicado es el propio país, cuya calidad democrática sigue devaluándose hasta el extremo de considerarse desde la óptica occidental como un "Estado fallido". Ante tal consideración ha de plantearse una oportuna pregunta: ¿quién es responsable de esa imagen de estado fallido? Desde mi óptica, no puede negarse la responsabilidad propia de los dirigentes haitianos, como tampoco puede obviarse la campaña internacional que, desde el nacimiento del país el 1 de enero de 1804, ha hecho todo lo posible para convertirlo en un vecino incómodo y, en el mejor de los casos, una fuente de beneficios a la que conviene acudir puntualmente para enriquecerse y salir corriendo, no vaya a ser que el derrumbe de sus ruinas nos sorprenda bajo su techo. 

Jean-Jacques Dessalines continuó el legado de Toussaint Louverture cuando, en la señalada fecha de 1 de enero de 1804, proclamó la independencia de la primera República negra independiente de la Historia. Haití era visto por las potencias occidentales como un ejemplo vergonzante, en un doble sentido muy perverso: primeramente, porque era impensable que los antiguos esclavos, "raza de salvajes" según sus postulados mentales, hubiesen decidido sublevarse contra sus amos para retomar el control. En segundo lugar, porque los ex esclavos no habían hecho sino materializar los auténticos principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad en sentido universal, sin límites ni distingos. Por eso el ejemplo haitiano avergonzaba a Occidente, mostrándole cómo sus absurdos prejuicios raciales, inspirados por el ávido deseo de ganancia en el mercado del tráfico de esclavos y la producción de bienes tropicales, habían restringido los límites de una revolución que mucho había prometido, como también a muchos había defraudado. 

Marginado por todos, empezando por su vecino dominicano, el Estado haitiano debió combatir con sus propios medios para ver reconocido su estatus: un estatus que debió comprar a cambio de una compensación económica a Francia, primer escollo insalvable de una larga lista de agravios que fueron minando la economía haitiana. Ello unido a las luchas constantes entre élites mulatas y negras no hizo sino comprometer las posibilidades de crecimiento y prosperidad del que fue centro de producción azucarera mundial, para ser hoy el país más pobre de América Latina. Mientras tanto, quienes se han aproximado al país con el supuesto deseo de auxiliarle económicamente, como sucedió durante la ocupación estadounidense en el primer tercio del siglo XX, no han hecho sino esquilmar sus ya exiguos recursos y marcharse dejando tras de sí un rastro de desolación y penuria absoluta. 

Así pues, Haití no es más que la metáfora perfecta de la descolonización y de una deuda externa que no por externa ha dejado de ser menos onerosa. Hasta el extremo de que en la actualidad se suceden episodios de violencia y desolación dentro de sus fronteras mientras los demás miramos hacia otro lado: y es que la sombra de la vergüenza ilustrada sigue siendo larga, aunque tampoco es que nosotros tengamos la menor intención de apartarnos de ella para dejar que la luz inunde nuestro rostro, por molesta que la ráfaga luminosa pueda ser al principio. 

martes, 9 de febrero de 2021

Vive como un mendigo, baila como un rey - Ignatius Farray - Temas de hoy

Esta mañana me propongo hacer una crítica de una obra poco convencional, escrita por alguien bastante heterodoxo: Vive como un mendigo, baila como un rey, de Juan Ignacio Delgado Alemany, a quien muchos conocemos como Ignatius Farray. No he querido incluir el género de la obra justo después del título porque me resulta difícil clasificarla: en puridad, no es una autobiografía al uso, pero tampoco es un ensayo en sentido estricto. Más bien cabría calificarla como un ensayo vital, esto es, un compendio de enseñanzas que Ignatius ha extraído de su propia vida y que ha decidido poner por escrito con una doble finalidad: de un lado, colocarse frente al espejo y afrontar esa imagen con valentía y sentido del humor; de otro, demostrarse a sí mismo y demostrar al lector que lo de menos son las condiciones materiales, siempre y cuando vayan acompañadas de la actitud adecuada, por desastrosas que puedan llegar a ser. 

Podría decir que ha sido una sorpresa descubrir al Juan Ignacio Delgado detrás del personaje, pero en la pasada primavera ya tuve la ocasión de cruzar ese puente después de ver las dos temporadas de El fin de la comedia, que desde entonces he vuelto a ver como cuatro veces, encontrando nuevos matices cada vez. Como sucede en la serie, en las páginas de este ensayo no se encuentra al cómico histriónico y provocador que vemos en La vida moderna, o en La resistencia: por contra, lo que el lector se encuentra es la persona detrás del personaje. El individuo cuyo recorrido vital está lleno de claroscuros y de tropiezos, como el de cualquier ser humano, pero que lejos de recrearse en sus miserias ha hecho de ellas su fortaleza, proyectándolas en un alter ego que sirve para demostrar a la sociedad que, si ella nos enfrenta cada día con una sonrisa de burla absurda, lo menos que se merece es que le paguemos con la misma moneda. 

De todos los conceptos que se manejan en la obra, la mayoría de gran profundidad pese a estar enunciados con el desenfado al que Ignatius acostumbra, me parece especialmente valioso el de "invertir en la pérdida". Esto es, fracasar para saber cuán bajo se puede caer y, a partir de ahí, intentar progresar sin repetir los errores del pasado... o repitiéndolos, pero siendo consciente de ello y sin construir una imagen deformada de uno mismo como "héroe hecho a sí mismo". Porque precisamente de ahí, de la auto-conciencia y de la auto-crítica más viscerales, nace la imagen más cercana posible a la realidad. Puede que esa realidad no nos guste, pero precisamente de eso se trataba; de lo contrario, la llamaríamos "pase de modelos". En definitiva, si queréis pasar un buen rato y descubrir una historia personal entrañable, os la recomiendo encarecidamente.